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Templo Dragón

Templo Disidente de la Tradición Nativista Correlliana, de la Religión Wicca; en el Mundo Entero

La Diosa en el Paleolítico

Martes 14 de Diciembre de 2010 | Publicado en la Edición impresa  Pensamientos incorrectos.

La diosa y el chancho.

Por Rolando Hanglin

Especial para lanacion.com

En las cuevas heladas donde el hombre del paleolítico pronunció sus primeras palabras, hace dos millones y medio de años, los arqueólogos han descubierto unas doscientas cincuenta estatuillas, muy similares entre sí. Miden entre 4 y 25 centímetros de altura y están elaboradas en marfil, piedra, terracota o arcilla, toscamente trabajados.

Ubicadas en todo el mundo antiguo, desde los Pirineos hasta Siberia, se las denomina las "venus esteatopígicas" y corresponden a distintas regiones, razas pre-humanas, lenguajes elementales y climas meteorológicos, para no hablar del entorno animal y vegetal, que ha sido muy variado en aquellos tiempos de la humanidad. Las más notorias son la venus de Willendorf, la de Lespugue, la de Savignano, la de Dolni Vestonice, y la extraordinaria Dama de Brassempouy.

"Esteatopigia" significa algo así como "gordura controlada", pues las figuras presentan grandes caderas y nalgas, vientre abultado, pechos enormes, vagina marcada, muslos anchos, y sin embargo los pies, la cara y las manos se desdibujan. Como si los artistas hubieran deseado destacar el perfil netamente amatronado de sus personajes.

Aquellas venus parecen ser el primer signo artístico y religioso de la humanidad. Todas ellas representan una forma femenina. Es decir, no son personas individuales, sino que encarnan a la mujer como concepto genético. El curioso biotipo femenino recuerda a las actuales mujeres bosquimanas u hotentotas, que son pigmeas africanas. Un niño puede permanecer de pie sobre las nalgas protuberantes de su madre, encontrándose esta también parada. A veces, estas mujeres precisan ayuda para incorporarse, ya que la distribución de su masa corporal no facilita un movimiento ágil. En una palabra, son matronas en el sentido más absoluto.

Por lo visto, aquellas señoras eran las venus del hombre primitivo: es decir, su síntesis favorita de erotismo y maternidad. Algunos sugieren también una asociación con los ritos de fertilidad y fecundidad, o tal vez una sociedad de estructura matriarcal. Lo indudable es que este hallazgo de la arqueología moderna tiene un profundo impacto sobre la Historia de las Creencias y Religiones Comparadas. Habida cuenta de que son los más antiguos "monumentos" conocidos, aunque la palabra más adecuada sería "representaciones", ya que son toscas estatuillas o tallas, y la extraordinaria dispersión en el mundo de formas tan similares, los investigadores han llegado a la conclusión de que estas señoras eran Diosas. En otras palabras, que el primer Dios de los humanos no fue un Dios padre: genitor-ordenador-creador del mundo- amo de la palabra, dictador de la ley y nombrador de las cosas, dueño del semen primigenio y jefe solar de la vida. No: tal vez el dios originario haya sido ella. La diosa, la Gran Madre de los cielos.

La mujer es dueña de dos hechos embrujados, que destaca el antropólogo rumano Mircea Eliade. Primero: en la sociedad primitiva, toda herida sangrante inicia la secuencia que culmina con la infección y la muerte. Sin embargo, la mujer sangra una vez por mes y no enferma ni muere. Más aún: esta hechicera, sin que se sepa por qué, cada año emite un nuevo ser humano que le sale por la vagina. ¡Magia! Por ese motivo y otros, es posible que el hombre le haya atribuido poderes sagrados. La diosa, asociada a la Luna y sus períodos mensuales, como podemos ver en los retratos de algunas vírgenes, al trigo de la fecundidad, al lucero del alba o al planeta Venus. En este último caso, hay una periodicidad mensual o lunar que, para los antiguos (no tenían escritura ni matemática numeral) sintonizaba las verdades profundas. La diosa egipcia Isis, antepasada directa de la Virgen María, es también representada con un niño en brazos: es el hijo del Sol y el hijo de Dios. Ellas son seductoras de la gran fuerza masculina. Por otra parte, en la división de los trabajos divinamente atribuidos a cada sexo, no hay nada caprichoso. El hombre efectúa las tareas del día: la agricultura y la guerra, la forja de los metales, la siembra del cereal, la caza, la domesticación del toro y el potro. Trabaja al sol. Su metal es el oro, su entorno la luz, su tiempo el día. En cambio, el trabajo de la mujer es nocturno y oculto: el niño se gesta en la penumbra del útero. Su vida transcurre en la privacidad del hogar, donde mantiene los vínculos intrafamiliares. Seduce en la oscuridad del lecho. El embarazo se desarrolla escondido, en la sombra. Funciona invisible y en secreto, sincronizado con los 30 días de la luna, del planeta Venus, de las mareas y las aguas que rigen el cambiante estado anímico de la mujer. Esta afinidad entre la mujer y el secreto está clara en los patios andaluces de Sevilla, Córdoba, Marrakesh y El Cairo.

Las mujeres habitan, escondidas, en las habitaciones interiores, y frecuentan el patio íntimo con su alberca. Sólo los hombres salen a la luz del sol, al negocio, a la guerra.

Más en nuestro tiempo y en nuestro barrio, ya lo decían los papás celosos, genoveses, asturianos, criollos: una chica decente no tiene nada que hacer en la calle. Porque la calle soleada es para los hombres.

Si se piensa en la abismal duración del paleolítico (¿tal vez dos millones de años?) se concluirá en que el sentimiento de madre-hijo ha sido el único de la humanidad durante milenios. En efecto, el padre era imprecisable, la ley no existía salvo algunas consignas elementales en la horda primitiva, y por lo tanto cada ser humano sólo tenía un referente fijo que era la madre, tatuado en el alma. Es lógico, pues, que los atributos de Dios Creador se hayan imaginado con formas marcadamente femeninas. La madre era el absoluto.

Ahora bien: puede alegarse que en la gran civilización greco-romana se exaltaba al efebo como modelo de belleza, cosa que se comprueba en el David de Michelangelo o en el Satiricón de Petronio. Incluso se estimaba que el sexo era cosa de y entre hombres, mientras que la mujer no pasaba de simple colaboradora para formar familia. También la belleza del hombre (hecha de músculo, energía, violencia, mando, coraje y armonía corporal) ha hecho historia en el imaginario humano desde Atila y los Hunos hasta los Infantes de Marina del desembarco en Normandía, desde los cowboys impasibles hasta el sangrante Rocky, desde Hércules y sus hazañas hasta Noé, desde Moisés, el guía de su pueblo, hasta el Mesías propiamente dicho. Esta es otra línea argumental, que llega hasta Jake La Motta. O Mick Jagger. Es el linaje del héroe, campeón o ídolo.

Quisiera volver a la mujer como musa inspiradora del arte. La Maja Desnuda. Las diosas del cine: Brigitte Bardot, Sofia Loren, Marilyn Monroe. Las innumerables mujeres que desfilan en una muestra de moda. Miles de chinas, suecas, negras, venezolanas, brasileñas, rusas, españolas y yanquis: una más bella que otra, etéreas, livianas, delgadas, perfectas. Las tapas de revista, ocupadas siempre por chicas. Las publicaciones para hombres como Playboy o Hustler, que muestran mujeres y más mujeres, desnudas, semidesnudas, confesando sus pecados y prometiendo otros.

El teatro. El Moulin Rouge. El lido de París. Las revistas musicales de todos los países. Las Vegas. Atlantic City. Place Pigalle. Calle Corrientes, en Buenos Aires. El Paralelo, en Barcelona. La vedette escultural elevada por varios hombres, como una reina, desnuda e inalcanzable en el alto centro de la escena. Madonna. Lady Gaga. Christina Aguilera. Sus besos, sus lenguas, sus pechos.

La mujer es, por amplio margen y con predominio absoluto, el objeto de culto más antiguo de la humanidad. También, el botín apetecido por piratas, caciques y emperadores.

Al mismo tiempo, durante milenios, la literatura, la ciencia, el clero, el gobierno, las finanzas y los ejércitos han permanecido en manos masculinas. El manejo secreto de las cosas quedó siempre a cargo de la mujer; así como jugaba Cleopatra entre César y Marco Antonio. La mujer reina, mientras los hombres se asesinan mutuamente por el poder. La mujer, como síntesis de erotismo y maternidad, posee las claves de la vida. El hombre se precipita hacia la muerte, con el cuchillo entre los dientes, y lo hace tanto en la remota antigüedad, con esas guerras de innumerables degüellos en que la sangre

corría hasta las pantorrillas, como en los tiempos modernos, donde el mismo varón se muestra como terrorista suicida, torturador, tirano, revolucionario, combatiente, okupa, invasor de tierras ajenas, y frecuentemente (sólo hay que mirar los diarios) se cae por los barrancos, se despeña desde los alto de los estadios de fútbol, se hace matar en las manifestaciones de la jihad, se apunta en los ejércitos guerrilleros, pierde la vida en el París-Dakar, en la Intifada, en el Aconcagua, en el Everest. En Irak, en Afganistán, en México. No olvidemos al sabio atómico que, con su dedito tembloroso, oprime el botón que despedaza a dos millones de hombres, mujeres y niños. El varón muere y mata con entusiasmo digno de mejor causa.

La mujer feminista, desde 1930 en adelante, ha reclamado igual paga por igual trabajo. La feminista auténtica rechaza indignada la cortesía del hombre. No quiere requiebros, piropos ni reverencias. Sabe defenderse sola. Quiere ir a la guerra, prosperar, trabajar como el que más, y exige que el hombre emprenda -con sus pocas habilidades- la aventura de criar también a los niños. Y lavar los platos, como ella. Este es otro episodio de la historia de los dos sexos (porque hay sólo dos, y se llaman sexos, no géneros) cuyas diferencias se han diluido y amenazan con extinguirse.

Lo importante es la mujer como diosa. Un ser de cuerpo exquisito, de piel 16 veces más fina que la del hombre, de labios abultados, de voz melodiosa, de risa que derrite a las piedras, de caderas redondeadas y pies pequeños, de diminuta lengua rosada, perfumada en su esencia, dulce en su forma de amar, incansable en el sexo.

La mujer atesoraba, antiguamente, como quien guarda un secreto, las cosas buenas de la dura vida del hombre: el placer, el beso, la caricia, la danza, el susurro, la seducción, el si-es-no-es de la palabra a medias. Todo lo bello de una oreja pequeña, un pelo sedoso y una sonrisa que iluminaba al planeta.

Y nosotros éramos y seguimos siendo los de siempre: unos nobles burros de carga, callados, persiguiendo tercamente a la bella compañera que Dios (?) nos ha dado, aunque a veces nos la quita.

Ya hemos captado que determinadas efusiones, practicadas en buena forma, hacen que la mujer -al cabo de nueve meses- produzca un niño, que frecuentemente resulta ser nuestro hijo. El contraste hombre-mujer sigue siendo asimétrico. El creador distribuyó los dones de manera extremadamente desigual: a ella le dio el cuerpo de Bo Derek, a él lo hizo con las formas de Dudley Moore. Mientras moldeaba a ella con las curvas de Charlize Theron, perfilaba a él con el diseño de Danny De Vito. Cruel disparidad de los sexos. En este detalle, el creador estuvo un poco avaro con nosotros.

Pero surge, en nuestro tiempo y como si fuera poco, un fenómeno nuevo. La mujer se muestra altiva, cáustica, odiosa, y se declara "feminista", en una nueva acepción del término que no hubieran sospechado Gloria Steinem ni Simone de Beauvoir.

Con la complicidad de un sistema judicial íntegramente compuesto por mujeres (psicólogas, secretarias, abogadas, juezas, camaristas) nos arrebata nuestros hijos, nos expulsa de nuestras casas y nos rotula de "golpeadores", "infieles", "machistas", "maltratadores", "sexómanos" e "impotentes", todo a la vez. La mujer se ha convertido en nuestra enemiga, cuando era nuestro consuelo. Ella era el otro lado de la vida. El lado dulce. Ahora, puede convertir a un hombre feliz en un guiñapo humano. De hecho, lo hace constantemente.

Cosa curiosa: al mismo tiempo, la orgullosa mujer acepta que miles de hombres se declaren -a sí mismos- mujeres, y hasta obtengan documentos que los acreditan como tales. Son hombres afeminados. En síntesis, los homosexuales, que han existido siempre en la especie humana, desde el comienzo de los tiempos. La reciente exposición de los grabados paleolíticos de Atapuerca (España) muestran a mujeres con mujeres y hombres con hombres, en escenas que el artista de la Edad de Piedra habría visto suficientes veces como para memorizarlas, ya hace un millón de años. Allí están dos chicas practicando la "tijera" lésbica, dos varones sexo anal y dos muchachas a las que se conoce como "las bailarinas" que en realidad son adolescentes desnudas frotando sus pechos.

Protagonistas de este tiempo, los homosexuales varones desean a los hombres "machos" y odian cordialmente a las mujeres. Sin embargo, obtienen felices sus DNI "femeninos". Donde antes decía "Carlos", ahora han escrito "Patricia". Estos son una avalancha. Hablan de sí mismos en femenino, amenazan con casarse y su cambio físico (altamente promocionado) es pura cosmética.

No nos engañemos: los travestis/transexuales no se amputan el pene ni los testículos, pues estos órganos son su única fuente de placer. Ellos viven (como todos nosotros) en un mundo hiper-erotizado, donde el goce es ley primera. Se inyectan algunas hormonas para que la barba deje de crecer. Se colocan unas prótesis pectorales para aparentar ser femeninas. Aflautan la voz por un recurso de tipo actoral. Venden su sexo, eventualmente, en la calle, sabiéndose -pero sin que nadie lo diga- que ese sexo incluye genitales masculinos por ambas partes, como puede verse en mil películas porno. En una palabra, la prostitución masculina homosexual tiene un desarrollo espectacular, sólo que ahora se disimula con aquello de que los prostitutos "serían" mujeres. Pero cada relación es un encuentro de dos varones, que se brindan placer con los instrumentos corporales que Dios les dio. Ninguno de ellos es mujer, aunque lo diga su documento civil, en una de las imposturas más escandalosas del tiempo actual.

Alguien pudo suponer, tal vez, que la sagrada condición de mujer adoptaría un rechazo defensivo ante estas invasiones, para hacer respetar su sagrado sexo, emparentado con la Gran Madre de los cielos, con Pachamama, Isis, Astarté, Venus, Asteroth, la mismísima Virgen. Sobre todo, teniendo en cuenta el belicoso desarrollo del "feminismo" actual.

Entendido como simple principio de dignidad. O de identidad. Pero no. Las mujeres actuales aceptan que hay otras mujeres, perfectamente iguales a ellas. Aunque, es verdad, tienen testículos y penes (uno cada una) en saludables condiciones. Aunque miden un metro ochenta, calzan 45, tienen la cintura ancha y la carota simiesca del hombre, hallándose en todo concepto más cerca de "La Mole" Moli que de Sofía Zamolo.

Esta nueva modalidad del comportamiento homosexual llega al siguiente extremo: en noviembre de 2010, una manifestación gay en Copacabana propuso que la homofobia fuera considerada un crimen. Otra vez, el delito de opinión, como en los felices tiempos de la Sagrada Inquisición, Hitler, Mussolini, José Stalin y Fidel Castro. De nada valió, para estas personas, el sacrificio de Galileo. Tal vez, si les habláramos de Solzhenitzin, nos dirían: "¿Y ese quién es, un chongo de Rusia?".

Si se establecieran leyes de este tipo, por ejemplo, este artículo sería considerado un acto criminal.

Mientras esto va llegando, las nuevas "mujeres" con morfología de varones nos amenazan, nos presionan, nos insultan, nos extorsionan, para que aceptemos que son mujeres de verdad, divas encantadoras, señoras decentísimas y hasta madres.

En el humorismo porteño se habla con picardía de la famosa "sorpresita" de los "travas". Es divertido, claro. También pueden divertir la traición, los cuernos, la desdicha humana.¡Se han contado miles de chistes a costa del cornudo! El amante de la señora, llamado "pata de lana", que salta por la ventana cuando llega el dueño legítimo. El marido sinvergüenza que vuelve a casa sobre las seis de la madrugada con marcas de rouge y olor a perfume barato de prostituta. Todo muy cómico. mientras el protagonista no sea uno mismo.

Procuraremos no dramatizar: la antigua Diosa se ha convertido en la mujer moderna, eminentemente práctica: saca cuentas, negocia, transige, defrauda, engaña, abandona, estafa, miente, escamotea y, eventualmente, acepta cualquier ultraje, en beneficio de su realpolitik.

Digamos, para terminar y sobre todo para evitar males mayores, que la homosexualidad no se nos aparece como una enfermedad, ni una maldad, ni un síntoma del Apocalipsis. Es un modo de la condición humana. Pero las otras variantes de la condición humana también son normales y legítimas. Todos los tipos de la comedia y la vida: el don juan y la buscona, el fanfarrón y la viuda caliente, el ratón de biblioteca y la mosquita muerta, el atleta y la odalisca, el campeón sexual y la niña putona, el tímido y la borracha, el profesor y la alumnita irresistible, el millonario y la secretaria sexy, el casado que anda de trampa y la casada que se maquilla un ojo en compota.

Todos figuramos en esa infinita galería de caricaturas que es la historia humana.

Desdibujada, al fondo del retrato, amparándonos a todos con su infinita capacidad de perdón, nos abraza la Sagrada Virgen, Madre de Dios Nuestro Señor. O sea, la Diosa.


Comentario de Horacio Krell
Mujeres y hombres: un solo corazón. Detrás de un gran hombre hay una gran mujer, detrás de una gran mujer hay un divorcio. No siempre es así, algo mantiene juntos a Bill y Hillary Clinton. El mundo cambió pero tiene los mismos personajes: hombres, mujeres y homosexuales. Pero cambiaron algunas sociedades que  permiten  roles más flexibles.  Digo algunas porque la mujer musulmana permanece en la prehistoria. Ser hombre o mujer no nos hace mejores, se puede ser bueno o malo en ambos casos. Que algo cambió se ve en que ahora hay mujeres presidentas. La sociedad argentina evolucionó para permitirlo pero no para evaluar su capacidad para gobernar. Gobernada por hombres o mujeres Argentina vuelve a la prehistoria. Fuimos democráticos cuando Europa no lo era. 1ros en alfabetización  y ahora somos de la B: 58 entre 65 países en educación. No tuvimos una guerra, nosotros lo hicimos y lo seguimos haciendo, aun con grandes recursos humanos y naturales y con viento de cola  elegimos malos gobiernos conducidos por hombres o mujeres.

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