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Templo Disidente de la Tradición Nativista Correlliana, de la Religión Wicca; en el Mundo Entero

Magia oscura en la antigua Roma

Magia negra en la Antigua Roma: tabullae defixionum y muñecos de vudú
Desde el origen de los tiempos, el ser humano ha creído en las supersticiones, en los presagios y en los fenómenos paranormales que no tienen explicación. En época romana no ocurrió de forma diferente sino que la superstición y la creencia en la magia estaba generalizada, sobre todo, a través de la convicción de que la voz poseía poderes mágicos. Es decir, todo lo que pudiera decirse o recitarse en voz alta, automáticamente tendría respuesta. Hechiceros, arúspices y charlatanes realizaban estos servicios en la sociedad gracias a las creencias populares de las que se aprovechaban.
 
De esta manera, la relación que tenían los romanos con sus dioses era totalmente convenida; pensaban que la divinidad en cuestión estaría en deuda con ellos para corresponderles con lo que ellos deseaban debido a las ofrendas y a las oraciones que les realizaban. Además de requerir favores de los dioses, también lo hacían de los muertos y/o antepasados. Hecho paradójico pues uno de los temores más comunes de esta sociedad era que los muertos volviesen de la tumba para atormentar a los vivos en forma de entes fantasmagóricos o errantes.
 
Por una parte, existía la magia blanca o theurgia cuya función era encargarse de filtros, amuletos y artes adivinatorias pero, otra más oscura, denominada goetia, servía a actos maléficos con la ayuda de espíritus y dioses inmundos.
 
 
Magia negra abolida en Roma
La Ley de las XII Tablas se encargó, ya a mitad del siglo V a.C., de prohibir este tipo de prácticas abominables. Se trata del documento más antiguo conocido sobre magia y estuvo vigente hasta el final del Imperio. Sancionaba las prácticas y los actos mágicos que atentasen contra la salud, la reputación o los bienes materiales de los ciudadanos, como en los casos de veneficiis, es decir, de envenenamientos, maleficios, pociones mágicas, abortos, etc.
Hacia el 16 a.C., el Senadoconsulto comparó estas prácticas con las de los peores criminales y ordenó castigos, incluyendo la pena de muerte, y persecuciones para quienes las practicasen. Paradójicamente, como en todas las sociedades, actividad que se prohíbe, actividad que se realiza de forma masiva. Hasta el final del Imperio los ciudadanos romanos hicieron uso de la magia de manera secreta, lo que aumentó su misterio y su popularidad.
 
Dos de las prácticas mágicas violentas que más utilizaron los romanos eran las tablillas de maldiciones (tabullae defixionum) – una de las más populares – y los muñecos de vudú.
 
Por una parte, existía la magia blanca o theurgia cuya función era encargarse de filtros, amuletos y artes adivinatorias pero, otra más oscura, denominada goetia, servía a actos maléficos con la ayuda de espíritus y dioses inmundos.
 
 
Tabullae Defixionum
Las denominadas tabullae defixionum o <<tablillas de maldición>> (nombre defixio del latín “embrujamiento” y participio defigo que significa “atar e inmovilizar”) eran pequeñas láminas realizadas en diversos tipos de materiales que se utilizaban para grabar en ellas maleficios y otros encantamientos mágicos con la finalidad de maldecir y, denigrar o destruir al enemigo con la ayuda de alguna deidad infernal (dii inferii).
 
El poder otorgado a la voz y al sonido, referido anteriormente, hacía que el hecho de plasmar aquellos textos en las tablillas convirtiera su eficacia en verídica. Parece ser que no todo el mundo era capaz de hacerlas, sino que para ello había que dirigirse a personas especializadas tales como brujas y nigromantes, debido a la prohibición de su uso.
Podemos ver una evolución clara en las tablillas: en el siglo V a.C. se utilizaban solamente escribiendo el nombre de la víctima para, poco a poco, comenzar a contener frases, nombres de los invocados – tanto el de la divinidad como el de la víctima – ya entrado el siglo III y IV d.C. Normalmente, seguían un mismo orden: nombre del enemigo, rodeado de palabras “mágicas” escritas en griego, egipcio o semítico. Después, se inscribía el texto en latín con la petición y el nombre del dios a invocar, siendo Saturno, Plutón, Júpiter, Marte, Neptuno y Proserpina los más requeridos. Por último, se enrollaban y se sellaban con un clavo de bronce y se enterraban en la tumba de alguien recién fallecido, preferiblemente de niños (aori), utilizando el supuesto rencor de los muertos para cargar contra el enemigo.
 
Las causas de realización de una tabullae defixionum fueron muy diversas: se utilizaron para maldecir a rivales amorosos (defixio amatoria), a esposos y esposas infieles, así como a rivales en juicios políticos, juegos circenses e, incluso, contra ladrones y asesinos. Cabía la posibilidad de contraatacar una tabullae defixionum pero era bastante complicado ya que se necesitaban los servicios de una bruja o de un nigromante, encontrar la tablilla de la que uno era víctima, extraerla y destruirla.
En España, contamos con algunos ejemplos. Existen once, por el momento, descubiertas: dos en Cádiz, dos en Córdoba, una en Mérida, una en Sevilla, otra en Jaén y en Cuenca y, tres que se encuentran en Sagunto. Todas ellas están datadas entre el siglo I y el III d.C.
 
 
Muñecos de Vudú
Como bien sabemos, para la realización de esta práctica se utilizaban muñecos (kolossoi, en griego) hechos de arcilla, madera, cera o, incluso, metal, con forma antropomorfa, normalmente, desnudos que se asemejasen a la víctima o que adjuntaran algo relacionado con la misma: sangre, cabellos, uñas, ropajes…
La acción mágica se haría efectiva al atravesar al muñeco con diversas agujas de hierro en las zonas del cuerpo a dañar. Todo ello con la misma finalidad: destruir o dañar a la víctima del maleficio. Se podían añadir objetos al ritual que potenciasen la magia destructora así como clavos, nudos mágicos e, incluso, utilizar números mágicos. Al igual que invocar a dioses infernales, tales como Selena o Hécate.
 
A día de hoy se han encontrado pocos muñecos de vudú en comparación con las tabullae, probablemente, porque consideraron esta práctica más maléfica que las demás. Nunca se sabrá con exactitud. Lo que sí sabemos es que en el Museo del Louvre se encuentra uno de los ejemplares mejor conservados, encontrado en la ciudad de Antinoópolis, en Egipto, y datado entre el siglo II y el III d.C.
 
 
Laura Sanjuán del Olmo
REVISTA DE HISTORIA

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